Un día en el cine compré pop corn. Como estaba salado, me compré una gaseosa. Seguí comiendo hasta que terminé la gaseosa y, por la sed, tuve que comprarme otra. En la vida el dinero puede proporcionar los efectos del pop corn salado. A medida que tenemos más dinero, generamos nuevas necesidades que hacen que necesitemos más dinero para satisfacerlas, sin parar de comprar. Así entramos en un círculo vicioso donde nunca es suficiente lo que tenemos. El dinero se convierte en nuestra máxima prioridad.
Pero, ¿cuál es el objetivo de nuestra vida? ¿Conseguir dinero para así lograr la realización personal y profesional o lograr la realización profesional y personal y, como resultado, obtener dinero? Si bien ambas respuestas parecen similares, cada una te lleva a situaciones de vida diferentes.
Cuando el dinero es el principal objetivo en la vida, nuestras acciones suelen orientarse a satisfacer las necesidades del ego, del poder, del estatus, del reconocimiento y la figuración.
Esto nos da una sensación de felicidad temporal, una especia de “éxtasis” de una droga. Cuando pasa el efecto, queremos más dinero para continuar el círculo vicioso y nunca es suficiente. Además, cuando pensamos que el objetivo de la vida es hacer más dinero, asumimos que todo medio es válido si alcanzamos la meta, aunque vaya en contra de lo que valoramos. Lo paradójico es que, supuestamente, hacemos esto para alcanzar la felicidad sin pensar que, al romper nuestros valores, nos alejamos más de ella.
Si el objetivo de nuestra vida es realizarnos personal y profesionalmente, alcanzando una visión trascendente y respetando nuestros valores, como consecuencia nos orientamos a satisfacer necesidades más elevadas.
Al satisfacer necesidades tales como contribuir, servir, amar y crecer como personas, generamos una sensación de felicidad permanente que nos estimula a seguir en el camino de nuestra visión. Cuando trabajamos con felicidad, contentos con nosotros mismos, haciendo lo que sentimos que es importante, tenemos más posibilidades de conseguir dinero como consecuencia. El dinero deja de ser el fin y se convierte en el medio; es decir, en un recurso más que nos apoya en el logro de objetivos.
Una persona decide viajar para descansar y disfrutar. Durante el viaje está desesperado por fotografiarse en todos los monumentos, quiere mostrar que estuvo en los lugares importantes. No disfruta ni descansa. Quiere sacarle el jugo al viaje para acumular más fotos que mostrar. No se pregunta cuál es su verdadero objetivo al viajar: descansar, crecer como persona o sacar la mayor cantidad de fotos para inflar su ego ante sus amigos.
De la misma forma, en el viaje de nuestra vida. Cometemos el error de tener como objetivo acumular “fotografías” (dinero), con el fin de satisfacer las necesidades del ego.
Cuentan que un pobre mendigo rezaba a Dios para que lo ayude. Un día escuchó como respuesta: “En tu cuarto hay un maletín, en él encontrarás una moneda. Si la sacas aparecerá otra. Podrás sacar muchas monedas, pero sólo las podrás usar cuando arrojes al río el maletín”. El mendigo sacó muchas monedas y se dirigió al río con el maletín. Sin embargo, no pudo arrojarlo: era su fuente de ingresos. Decidió mendigar para poder comer y continuar sacando las monedas. Pasaron los años y el mendigo murió mendigando. Quienes recogieron sus pertenencias se sorprendieron al encontrar enormes cantidades de monedas de oro.
Evitemos desperdiciar nuestra vida como el mendigo, persiguiendo el dinero como nuestro principal objetivo. Apuntemos nuestros esfuerzos hacia metas más trascendentes. No sólo seremos más felices, sino que posiblemente consigamos más dinero, aunque éste ya no sea tan importante para nosotros.