Es hora de despertar

Hace un tiempo, tuve que manejar de noche en otro país. Recuerdo que hubo un momento en que me asusté muchísimo, cuando por unos segundos dormité manejando. Afortunadamente, en la carretera donde manejaba había señales que me alertaron de que estaba saliendo del camino.

Al ser humano le ocurre lo mismo en la vida. Al manejar, su cuerpo, muchas veces se le adormece su conciencia y esto le causa accidentes emocionales a sí mismo o a terceras personas. Desgraciadamente, a diferencia de las carreteras, no existen señales en el camino que nos alerten de que estamos dormidos.

Hay tres niveles de sueño de la conciencia en el ser humano:

El primer nivel es el sueño más profundo, cuando no nos damos cuenta de los pensamientos y emociones de terceras personas. Por ejemplo, cuando un jefe cree que su personal está motivado, comprometido y que es apreciado, pero en realidad es detestado. O cuando un subordinado entrega un proyecto a su jefe y puede jurar que a su jefe le fascinó, cuando en realidad le pareció mediocre. O cuando una persona sale de una entrevista de trabajo pensando que ha logrado impresionar al empleador, cuando en realidad a éste le pareció un candidato inadecuado. Estas personas están tan concentradas en sí mismas que no ven lo que pasa a su alrededor con otras personas. Viven quejándose de las injusticias de la vida, porque no entienden los motivos de sus fracasos y les es difícil aprender de ellos.

En el siguiente nivel de sueño las personas están conscientes de su entorno, pero no se dan cuenta ni controlan sus propias emociones y acciones. Por ejemplo, cuando en una reunión un gerente hace un comentario que hiere a un subordinado. El gerente logra darse cuenta de que ha hecho sentir mal al subordinado pero no tiene la menor idea de por qué. No se da cuenta de que fue hiriente o sarcástico. O aquel gerente que explota en rabia y maltrata a su subordinado diciéndole barbaridades pero, al terminar de desahogar su bilis, recapacita su error. Estas personas tienen momentos donde la conciencia de sus emociones está dormida y, literalmente, atropellan a los transeúntes que se cruzan en el camino.

Finalmente, vienen las personas casi despiertas que son conscientes de sus propias emociones, pensamientos y los de los demás. Sin embargo, no han tomado conciencia de su dimensión espiritual. Están enganchadas por el sistema. Buscan lograr más dinero, posesiones materiales, poder, estatus, y aceptación social. No hay nada de malo en querer buscar una mejor situación económica para su familia, o tener metas en el trabajo. El problema ocurre cuando se cree que la felicidad depende del logro de estos objetivos externos. Si no es consciente de que la felicidad es un estado interior y que la puede tener, al margen de sus metas, entonces puede vivir engañado.

Hoy muchas empresas norteamericanas, entre ellas la Ford, han entendido esta necesidad. Están instalando capillas, sinagogas y cuartos de meditación para que sus empleados tomen un mayor contacto espiritual en el trabajo.

Ya varios estudios demuestran que las personas con mayor espiritualidad están menos estresadas y tienen mejores actitudes en el trabajo.

Cuentan de un pueblo que tenía un atractivo turístico peculiar: había una persona que llevaba durmiendo un cuarto de siglo. Un día llegó un maestro y ofreció descifrarles el misterio. Pidió estar a solas con la persona por unos minutos. Al salir, comentó: “He entrado en la mente de este hombre y sé por qué no despierta. Él está soñando que está despierto, por lo que no piensa despertar.”

No pasemos nuestra existencia durmiendo, como en la historia, pensando que estamos despiertos. Despertemos y tomemos conciencia de lo verdaderamente importante en nuestra vida.