La maldición de las bendiciones

Éste es el título del libro de historias del rabino americano Mitchell Chefiz, un estudioso de la cábala. El compartió conmigo la historia que a continuación resumo para ustedes.

Cuentan que un policía egocéntrico y sobrado encontró a un pordiosero. Lo llamó, pero el pordiosero no obedecía. El policía le dijo con soberbia: “Soy un oficial de la ley, acércate” Pero el pordiosero le contestó: “No sé qué voy a hacer contigo”. A lo que el primero replicó: “¡¿Qué vas a hacer tú conmigo?! ¡Yo soy el oficial de la ley! ¡Yo decido qué hacer contigo!”. Luego el pordiosero sacó una espada y empezaron a pelear hasta que el pordiosero cayó herido de muerte, pero antes de morir dijo al policía: “Por haberme matado te doy la maldición de las bendiciones. Cada día debes decir una bendición por el resto de tu vida, de lo contrario morirás”. El policía ignoró la maldición, pero al final del primer día empezó a sentirse enfermo y rápidamente bendijo un dedo de la mano. Al cabo de unas semanas había bendecido todo su cuerpo y no sabía qué más bendecir. Entonces empezó a bendecir relaciones, viajó por el mundo bendiciendo lugares y así pasó el tiempo hasta que cumplió 120 años, y no había dejado de bendecir. Se había convertido en una persona bondadosa, humilde, espiritual y, sobre todo, feliz. Pero como todos sus amigos habían muerto, decidió dejar de bendecir y murió. Cuando su alma se fue al cielo, se encontró con el pordiosero. El policía le dijo: “¿Tú qué haces acá?”.  Él le respondió: “Soy tu alma guardiana. Hace 100 años fui a buscarte para cosechar tu alma, pero no encontré nada que cosechar, así que te di la maldición de las bendiciones y mira en lo que te has convertido”.

Esta historia nos ayuda a entender el poder de la humildad y de la gratitud en nuestras vidas. La maldición de las bendiciones no era un castigo, sino un medio para ayudar a aflorar el alma del policía soberbio.

Está demostrado que sentir gratitud nos hace más felices, más optimistas, más eficientes en el trabajo y nos genera una actitud de generosidad. 

El expresar nuestra gratitud todos los días nos hace más humildes, nos hace sentir que no lo merecemos todo. Es justo lo contrario a lo que el ego busca, que es hacernos sentir que sí nos merecemos todo, que somos el centro del universo. En otras palabras, la gratitud aleja al ego y permite aflorar a nuestro espíritu.

Hoy en día, es poco frecuente que las personas paren y se den el tiempo de agradecer. Estamos tan absorbidos por el día a día, las metas y los proyectos que rara vez agradecemos por lo que tenemos. Lo que es aún menos frecuente es agradecer por los problemas o dificultades que tenemos. Pero, ¿no son acaso las dificultades las que nos hacen crecer como personas? Si usted reflexiona sobre lo que aprendió de alguna dificultad que tuvo en el pasado, estoy seguro de que encontrará una gran sabiduría, aunque en aquel momento la dificultad le impidiera ver la lección.

Cuando agradecemos nuestras dificultades en el momento en las que las vivimos, nos quitamos mágicamente los lentes del ego, los lentes de la rabia y de la frustración y podemos ver lo positivo dentro de lo negativo. Podemos ver la lección que tenemos que aprender sin sentirnos mal. Además, agradecer las dificultades nos hace ver las cosas en perspectiva y tener una actitud más optimista que nos ayuda a resolver los problemas.

Aprendamos a bendecir y agradecer todo lo que la vida nos da, aún las dificultades. No solo seremos más felices, sino también más efectivos.