Imagine que en su trabajo se entera de una pésima noticia: no ha logrado sus metas, la competencia se ha llevado a su mejor cliente, le han negado un préstamo importante, quizás su empleado estrella lo ha traicionado marchándose a la competencia o se da cuenta de que ha perdido su pasaporte para poder viajar al día siguiente.
Ante estímulos difíciles, es normal tener una reacción negativa. Algunos explotan en ira y reaccionan escandalosamente, otros se deprimen. Algunos invierten sus energías en buscar culpables, negando los hechos. Todos sabemos que siendo positivos nos iría mejor en la vida, pero ¡qué difícil es ser positivo cuando todos los problemas nos revientan en la cara!
Sin embargo, si nos preguntamos: Si estuviéramos al borde de su muerte, a punto de partir de este mundo, ¿nos molestarían estos problemas? Probablemente no. Analizar nuestra vida desde la perspectiva de nuestra muerte nos trae sabiduría, aunque el hombre trata de no pensar en ella y darle la espalda. Somos como niños que se tapan los ojos para no ver las escenas de miedo en las películas de terror. Tapamos nuestros ojos para no ver la muerte; tenemos miedo. Pero paradójicamente, la muerte nos trae enseñanzas que nos permitirían vivir una vida más plena.
En primer lugar, la muerte nos recuerda que somos pasajeros en esta vida. Estamos en un viaje que tiene fin. Cuando viajamos y tenemos problemas o no nos gusta algún aspecto del servicio abordo, lo tomamos con perspectiva. Pronto terminará el viaje y todo pasará. El viaje de nuestra vida también terminará algún día y recordarlo nos permite lograr una actitud más desapegada ante las dificultades. Nos ayuda a no tomarnos la vida tan en serio, a darle una menor relevancia a los problemas rutinarios.
Pensar en la muerte también nos hace pensar en el significado de la vida.
Si este viaje tiene fin, entonces, ¿cuál es el objetivo de viajar? Podemos responder a esta pregunta con otra pregunta: Si estuviéramos por morir, ¿por qué “sí” nos preocuparíamos? Seguro que se esfuman los problemas habituales de la oficina y aparece la familia, las personas importantes en su vida, a las que usted ayuda o quiso ayudar y no tuvo tiempo.
Cuentan que Buda viajaba por la selva con su discípulo. Buda vio una montaña y subió para ubicarse. Desde arriba, le informó: “¡Qué paisaje tan maravilloso! Hay un lago y al fondo un mar azul.” El discípulo, que estaba abajo, le respondió: “¿De qué hablas? Yo sólo veo escarabajos, culebras y hormigas”. Similarmente, en la vida, la rutina de los problemas diarios nos impide ver esos lagos y mares; es decir, lo que verdaderamente es importante. Pensar en nuestra muerte nos sube a la montaña, nos cambia la perspectiva y nos ayuda a encontrarle significado a la vida.
Cuentan que un hombre avaro y apegado a la vida estaba en su lecho de muerte y preguntó: “¿Sara estás aquí? Sí, esposo querido. ¿Jorge estás aquí? Sí, padre querido. ¿Jacobo estás aquí? Sí, padre querido. ¿Dónde está Enrique? Acá estoy papá. Luego el anciano agonizante subió la voz y preguntó con fuerza: Si todos están, entonces, ¿quién está cuidando la tienda?”
Hay personas, como lo muestra esta historia con humor, que niegan a la muerte hasta la muerte. Que no le pase lo mismo; no pierda tiempo. Cada vez que esté molesto o deprimido, pregúntese si el problema le molestaría si estuviera al borde de la muerte.