Muchas veces decimos “sí” a encargos adicionales, dentro y fuera del trabajo, porque nos gusta la variedad en la vida, o por la adrenalina de los retos, o quizás porque nuestro ego busca sentirse más importante y valorado. Es fácil caer en esta tentación porque tiene sus beneficios inmediatos, pero a largo plazo, podemos sentirnos desbalanceados, infelices y desbordados.
Cuando nos hacemos un buen jugo de naranja, exprimimos las naranjas y pasamos el jugo por un colador para que filtre los trozos o la fibra que no queremos tomar. De forma similar, debemos crear un colador que nos permita filtrar las actividades que no queremos tomar en la vida.
El colador más importante es nuestra misión o sentido de propósito.
¿Cuál es su misión en la vida? Una misión es trascendente. Asume que hemos venido a esta vida a hacer algo más grande que nosotros mismos, a desarrollar una actividad que deje huella y tenga significado. Todas las misiones personales que he podido leer, implican servicio hacia alguna causa; como apoyar a niños abandonados, o discapacitados, a madres adolescentes, o simplemente ayudar a quienes trabajan cerca a ellos.
Otros tienen una misión más relacionada a la espiritualidad de las personas, o hacia crear organizaciones que trasciendan, finalmente otros sienten que su misión está principalmente relacionada con sus hijos y familia.
La pregunta para usted es, ¿qué causa le llama la atención? ¿Por quién le gustaría trabajar? ¿Cuál es su llamado?
Todos tenemos talentos que nos ayudan a alcanzar nuestra misión. Cuando nuestra misión está alineada con nuestros talentos, contribuimos con nuestro máximo potencial. Por ejemplo, aquellos extraordinarios comunicadores que tienen la misión de inspirar a las personas a cambiar y mejorar. Con el don de la comunicación, esta misión se potencia al máximo. Otros tienen el talento de la organización, del liderazgo que podrían aplicar a una misión relacionada a crear empresas que trasciendan.
Cuando nuestra misión está alineada con nuestros talentos, nos fortalece, motiva y nos da una profunda sensación de realización.
La mejor forma de tomar conciencia de la necesidad de una misión es imaginarse como un anciano a punto de morir. ¿Qué le gustaría haber logrado en su vida? ¿De qué se sentiría orgulloso? ¿Cómo sentiría que su vida valió la pena? ¿Qué debió ocurrir en su vida para que sienta que dejó una huella? Todos estamos de paso en esta vida; en algún momento moriremos. Enfrentar la muerte, aunque sea con el pensamiento, nos ayuda a saber cómo afrontar la vida.
Algunas personas buscan su felicidad en cosas materiales. Creen que cuando se compren el auto nuevo, el mejor LCD o MP3 serán felices. Pero está científicamente demostrado que nos adaptamos a las cosas en unas semanas y dejamos de sentir placer. Un LCD en Navidad puede ser algo extraordinario, pero en marzo es el mismo televisor de siempre. Las cosas no dan felicidad.
La felicidad duradera se encuentra en orientar tu vida hacia una causa trascendente donde pongas en práctica tus fortalezas. Allí la felicidad no se acaba. No nos adaptamos, solo queremos seguir contribuyendo para siempre. No deje que la vida se le pase mientras está ocupado haciendo otras cosas. Viva su misión y concentre su tiempo en lo que es realmente importante.