… los puede retener usando la fuerza o usando las leyes naturales de la vida.
Al gerente de ventas que usted formó, capacitó y desarrolló durante años lo ha invitado a almorzar uno de sus principales clientes. Él le dice que no sabe el propósito de la reunión. A usted le suena sospechoso; su gerente está haciendo una excelente labor. Le dice que vaya y después le informe. Al día siguiente, su gerente le cuenta entusiasmado que quieren contratarlo por el doble de sueldo más un auto último modelo. ¿Cómo reaccionaría?
Puede reaccionar egoístamente: molestarse por la traición. Sacarle en cara todo lo que invirtió en él y cómo lo ayudó y protegió para hacerlo sentir culpable. En otras palabras, puede tratar de que se quede por remordimiento y coerción. Estas conductas dan el mensaje de que lo que usted hizo por él fue comprometerlo para sus propios fines egoístas y no realmente para ayudarlo. Es decir, que el empleado es sólo un medio para lograr sus objetivos.
Otra opción es pasar por encima de usted mismo, pensar en la otra persona y tratar de ayudarlo a tomar la decisión más conveniente para él.
Cuando a uno le hacen una oferta económicamente atractiva para cambiar de organización, generalmente le enganchan su ego. Al sentirse “el elegido” e imaginarse disfrutando los beneficios y estatus del nuevo puesto, cualquiera se deslumbra y esto le impide evaluar otros aspectos relevantes. Para contrarrestar los efectos del ego, pregúntele: “¿Dónde estarás verdaderamente más feliz y realizado?” Recibir más dinero o manejar auto del año no necesariamente le dará mayor felicidad.
Hay otros aspectos a considerar como el trato al personal, los valores de la organización y del líder, y la posibilidad de crecimiento como ser humano, entre otros. Hágale saber cuánto valora su trabajo y a él como persona, dígale que le encantaría que se quede, pero apóyelo y déjelo en libertad para elegir.
¿Cuál de las dos alternativas tiene más posibilidades de retener al personal? Sin duda, la más alineada con la esencia del ser humano y el amor. Es decir, la segunda, que rara vez tomamos.
El entorno actual nos convence de que lo que más importa es ganar la batalla a la competencia, y nos resulta muy difícil dejar ir a un importante general. Pero, ¿es ganar la batalla el único objetivo de los negocios? ¿O también lo es crear un entorno de crecimiento para los empleados y servir al desarrollo de la sociedad? Justamente, considerando a las personas como fines en sí mismos y no como medios, es que alcanzamos todos los objetivos a la vez. Los empleados se comprometen y motivan, lo que nos permite, además, ser competitivos.
Cuentan que un discípulo preguntó a su maestro cuánto valía el ser humano. El maestro, sin responder, sacó un diamante de su bolsillo y le pidió que lo hiciera tazar. El discípulo fue a una bodega y el bodeguero le ofreció a cambio tres bolsas de arroz y dos de papas. Luego fue donde un granjero y éste le ofreció un caballo y una vaca. Finalmente, un joyero le dijo que el valor del diamante era incalculable y que no había suma de dinero que pudiera comprarlo. El discípulo retornó donde el maestro y le contó lo sucedido. El maestro le dijo: “Así como el brillante, el valor del ser humano depende, finalmente, de quién lo cifre”.
No cometamos el error de cifrar el valor de nuestros subordinados por su contribución actual a nuestros fines y objetivos egoístas. Como en la historia, consideremos a nuestros subordinados como joyas invalorables y ayudémoslos a desarrollarse y a crecer.
Sólo de esta forma tendremos la posibilidad de tenerlos más tiempo trabajando con nosotros.