Usted tuvo una mala experiencia con José, un gerente de sistemas que despidió por problemas emocionales. Creaba conflictos, explotaba en ira y generaba un mal clima. Luego de tres años, lo llama alguien que no conoce preguntándole por José. Le cuenta que José trabaja con él hace un año y le confiesa que no sabe si es él o es José el problema y le pregunta si tuvo algún inconveniente cuando trabajaba con usted. ¿Qué respondería?
En este dilema usted se enfrenta a una decisión de ‘correcto / correcto’. Es correcto decir la verdad sobre los problemas de José. También es correcto tener compasión por las personas y tratar de no dañarlas con nuestros comentarios. José podría perder su trabajo.
Es más fácil decidir entre ‘correcto / incorrecto’. Por ejemplo, ser honesto o robar, respetar la vida o matar, agredir o conciliar. Cuando decidimos entre un valor y un antivalor, claramente podemos tomar una decisión. Pero, ¿cómo decidimos entre dos valores importantes?
El dilema de José es un caso típico de colisión entre los valores de ‘verdad / compasión’. Este conflicto se presenta, por ejemplo, cuando un amigo lo invita a comer a su casa. Él mismo prepara su especialidad y con expectativa te pregunta: “¿Te gustó?” Usted la prueba y piensa que sabe muy mal. ¿Qué le responde? O, cuando un subordinado comete varios errores en su trabajo y está muy deprimido. ¿Le dice, frente a otros, la verdad cruda de sus errores y faltas? O le explica con compasión las cosas, y lo ayuda a mejorar.
La ciencia ética nos da algunos lineamientos para ayudarnos a dirigir el tránsito cuando los valores chocan. Uno de los principios éticos que se aplican en este tipo de dilemas es el principio utilitario:
Actúa de tal forma que tu acción maximice el bien o la felicidad a la mayor cantidad de personas, o que minimice la infelicidad a un mayor número de personas.
En el caso de José, el gerente de sistemas, las personas involucradas somos nosotros, quien nos llamó y José con su numerosa familia. Si decimos la “cruda verdad”, posiblemente no estaremos minimizando la infelicidad de José, la de su familia ni la nuestra, ya que tendremos que soportar los embates de nuestra propia conciencia por su despido. Entonces, ¿si no decimos la verdad la alternativa es mentir? ¿Cómo podemos saber con certeza que la persona no ha cambiado en 3 años? ¿Quizás cuando trabajó con nosotros tuvo un problema familiar que lo alteró? Podríamos responder mencionando todos los aspectos favorables de José y explicar sin mucho detalle que salió de la empresa por una incompatibilidad de estilos con su jefe.
En el caso del amigo que nos invita a comer, si decimos la cruda verdad nadie gana. Nuestro amigo estará triste y nosotros también. No maximizaremos la felicidad de nadie. En el caso del subordinado, si le decimos la verdad cruda profundizará su depresión y no le haremos ningún bien a él ni a nosotros.
Cuentan que pidieron a un maestro oriental que suplante al juez de una localidad. Cuando el maestro escuchó detenidamente los argumentos de una de las partes dijo: “Tiene razón”. Luego escuchó los argumentos de la otra parte y dijo: “Tiene razón”. Al escuchar esto, los asistentes al juicio le preguntaron: “¿Cómo es posible que las dos partes tengan razón? A lo que respondió: “Tienen razón”.
Lo mismo ocurre con los valores enfrentados. Tenemos razón: debemos decir la verdad. Pero también tenemos razón: debemos tener compasión. ¿Cómo decidir? Recordando la razón más importante de nuestra existencia: la búsqueda de la verdadera felicidad.