Cuentan que una persona occidental fue a visitar a su amigo a Japón, quien le ofreció un gran banquete en su honor. Su amigo le dijo que había conseguido el pez más codiciado en Japón, que era un delicatessen. El pez era de las profundidades y rara vez lograban pescarlo. El amigo halagado comió el pez disfrutando cada bocado. A medida que comía decía: «Qué sabroso», «qué jugoso»; se veía que saboreaba cada pedazo y prolongaba su éxtasis por segundos.
Al terminar de cenar, el hombre occidental le dijo a su amigo que nunca había disfrutado tanto un pescado. El amigo lo miró con una sonrisa ligera y le dijo: «Querido amigo, en realidad lo que comiste fue un pescado corriente que se encuentra en cualquier mercado, lo que hizo la diferencia es que lo saboreaste conscientemente, estuviste presente».
En nuestra vida, no tomamos conciencia de lo que hacemos en general. Como dice el investigador Robert Holden,
«andamos con el piloto automático»
Cuando nos levantamos, nos lavamos los dientes y bañamos de forma automática. Cuando desayunamos, no tomamos conciencia del sabor de los alimentos, más bien pensamos en lo que viene en el día o leemos el diario. Luego, cuando nos subimos al auto, de forma automática y sin conciencia, arribamos a la oficina. En la oficina nos movemos de reunión en reunión, respondemos correos, hacemos reportes; es decir, hacemos y hacemos y rara vez paramos para tomar conciencia de nuestro ser.
Una de las estrategias para ser más feliz es aprender a saborear lo bueno de la vida: cuando comemos, cuando caminamos, cuando nos ponemos en contacto con la naturaleza, cuando nos duchamos con agua caliente, etc. En lugar de irnos a pensar hacia el futuro o hacia el pasado, debemos aprender a estar presentes y a tomar conciencia de las sensaciones en nuestra mente.
En inglés, a este estado se le llama «mindfulness» o conciencia total. La conciencia total emerge cuando le prestamos atención al momento presente sin juzgar.
La conciencia total nos ayuda no sólo a extraer más felicidad de los placeres de la vida, también nos ayuda a luchar con la tristeza y la depresión.
Según la sabiduría budista, el sufrimiento del hombre proviene de la confusión de que nosotros somos nuestra mente. Si la mente sufre, entonces nosotros sufrimos; si la mente tiene malos pensamientos, entonces nosotros somos negativos. Cuando practicamos la conciencia total, entendemos que nosotros no somos nuestra mente, que nuestra esencia es un estado de paz y tranquilidad absoluta y que esto no cambia. Debemos aprender a ser simples observadores de nuestros estados de ánimo, pero no a identificarnos con ellos.
Otro aspecto de la conciencia total es no juzgar. Esto implica no quejarse, no criticar, no opinar a favor o en contra, simplemente aceptar la vida como es. Estamos muy habituados a juzgar, a esperar la vida con expectativas. El juzgar nos puede ayudar a tomar decisiones, pero la mayoría de las veces, juzgamos y nos quejamos sin ninguna utilidad. Por ejemplo, cuando está atollado en el tráfico, ¿de qué le sirve quejarse? Cuando alguien no cumplió sus expectativas, ¿de qué le sirve hablar mal de la persona? Cuando alguien le comenta sobre los actos negativos de otra persona, ¿de qué le sirve sumarse a la crítica?
Pero como usted ya se lo imagina, estar constantemente presente y lograr un estado de conciencia total es muy difícil. Se requiere de una práctica espiritual como la meditación, el tai chi, yoga u otras.
Sólo cuando tomemos contacto con nuestra esencia espiritual, tendremos la capacidad de despertar del sueño inconsciente de la vida.