La crisis de integridad

Cuentan que un niño robó, sin que su madre se diera cuenta, un plátano en el mercado. Cuando llegaron a su casa, el niño mostró su trofeo y la madre le dijo sonriendo: “Qué hábil eres. Pronto podrás valerte por tu cuenta”. El niño creció, se involucró con una banda de ladrones y, cuando lo capturaron, lo sentenciaron a muerte. Cuando su madre lo visitó en prisión, su hijo le reclamó: “¿Por qué no me reprochaste al robar el plátano? Ahora voy a morir porque no me corregiste a tiempo.”

En la historia, la madre no supo ponerle límites a su hijo para que aprendiera el principio de la honestidad. El castigo es una forma de que el niño aprenda a decidir entre lo bueno y lo malo. Pero para que los niños aprendan valores se necesita además que los adultos los vivan y apliquen. ¿Cuántas veces ha encargado a su hijo que diga que “no está” cuando lo buscan? Sin embargo, seguramente alguna vez castigó a su hijo por mentir. ¿Cuántos padres hablan a sus hijos de la importancia de la religión y los obligan a ir a Misa mientras ellos se quedan en casa viendo televisión?

Los padres deben actuar de forma consecuente con los valores que predican en su casa. Si no lo hacen, estarán enseñándole a sus hijos a tener una doble moral: la que predicamos y la que hacemos.

El problema se complica cuando se descubren robos, coimas y corrupción en las autoridades de un gobierno. Estas inmoralidades generan mucho rating en los medios de comunicación y, si no se castigan, se envía un mensaje masivo similar al de la historia anterior: no es malo robar o mentir. Y esto fomenta la implantación de antivalores en nuestra sociedad.

A continuación describo algunas de las causas que nos dificultan vivir con integridad:

1. Vivir con base en principios requiere que creamos que existe un largo plazo y que éste será mejor, si actuamos en coherencia con ellos. Puede ser que romper nuestros principios nos traiga beneficios en el corto plazo, como ganancias económicas o quizás poder.  Pero, para ser coherente con nuestros principios es necesario postergar la gratificación y no es fácil hacerlo en países donde es difícil ver el largo plazo.

2. Una orientación egoísta. Cuando rompemos nuestros principios le hacemos daño a las personas cercanas a nosotros. Los valores se aprenden con el ejemplo. Si nuestro ejemplo es negativo, impulsamos los antivalores en nuestro entorno.

3. Las personas no son conscientes de las consecuencias de sus actos. Éstas generalmente se manifiestan en el largo plazo y, cuando ocurren, es difícil asociarlas con su causa. Si no aprendemos que violar nuestros valores es destructivo para nosotros, seguiremos cometiendo los mismos errores.

4. Un problema de percepción. Uno finalmente ve lo que quiere ver. Quien no actúa basándose en sus valores, tendrá sus propias explicaciones que justifiquen sus actos.

Anthony de Mello en su libro “Un minuto para lo absurdo” cuenta que dos obreros católicos estaban trabajando frente a un prostíbulo cuando vieron a un rabino entrar a este negocio y dijeron: “Claro, era de esperarse”. Luego vieron ingresar a un sacerdote protestante y dijeron: “Era de esperarse”. Finalmente vieron a un sacerdote católico entrar a la casa y dijeron: “¡Qué terrible! Debe haber una persona muy enferma”

Vivir con base en nuestros valores requiere que pasemos por encima de nuestra percepción egocéntrica y tomemos conciencia de la verdadera naturaleza de nuestros actos. Sólo de esta forma podremos recorrer el verdadero camino de la integridad.