Hace cientos de miles de años, uno de nuestros antepasados estaba caminando por el bosque y de la nada se encuentra con un oso gigante. Ante este estímulo, en milésimas de segundo, la información del oso viaja a la amígdala. La amígdala recuerda que este animal es un gran peligro y manda la señal al hipotálamo en el cerebro el cual regula el sistema nervioso, generando una respuesta de pelea-fuga. Ante el estímulo amenazante, la respuesta pelea-fuga altera una serie de funciones corporales. Se dilatan nuestras pupilas, se acelera nuestro ritmo cardiaco, se retrasa la digestión, la sangre fluye hacia las manos y las piernas preparándonos para pelear o correr. Esta respuesta automática, ha sido vital para nuestra sobrevivencia y los recuerdos de miedo en la amígdala nos han protegido para evitar futuros peligros.
Si dependiéramos solamente de la corteza cerebral para lidiar con los peligros, hace mucho tiempo hubiéramos desaparecido como especie. La corteza cerebral reacciona mucho más lentamente y mientras estamos pensando qué es lo que nos conviene, hubiéramos terminado en el estómago de un depredador.
Pero el mismo mecanismo límbico que nos ha salvado de ser devorados por las bestias, en el mundo moderno se convierte en un problema. Los seres humanos nacen con la amígdala totalmente desarrollada pero la corteza pre frontal del cerebro termina desarrollándose hacia los 22 años. Esto genera un serio problema para los bebés y los niños, dado que tenemos la capacidad de sentir y memorizar emociones fuertes como el miedo, pero no tenemos la capacidad de entender o racionalizar dichas emociones. Es aquí donde se genera la memoria inconsciente. Esta memoria está almacenada en el caso del miedo, en la amígdala, pero no tiene un registro en la corteza cerebral. Es decir, no sabemos que la cargamos.
Por ejemplo, un bebé muy sensible, que a los 3 meses, su madre tuvo que irse de viaje 3 días y se sintió abandonado, con miedo de que se iba a morir porque no estaba su protectora, con miedo de que su madre se haya muerto. Vivió intensamente este miedo a esta edad, sin tener la capacidad de entender lo que estaba pasando. Este miedo almacenado en la amígdala, ahora que la persona ya es un adulto casado de 30 años, lo sigue persiguiendo. Por ejemplo, cuando su esposa amenazó con separarse, le vino un ataque de pánico, un miedo muy fuerte, como si se fuera a morir. Si bien separarse puede dar miedo, el miedo que sentía, no tenía relación con la realidad.
¿Por qué la amígdala nos juega esas pasadas? ¿Por qué tenemos que traer esos miedos inconscientes al presente? Es el mismo mecanismo que nos salvó de los depredadores, el que ahora más bien, nos perjudica. La amígdala, al percibir una situación similar a la de una amenaza en el pasado (la separación de la esposa la encuentra de alguna forma similar al abandono de la madre), nos recuerda el miedo profundo del pasado y genera una respuesta de pelea-fuga en el cuerpo.
¿Cómo evitar ser esclavizado por nuestras emociones inconscientes? Según las teorías psicoanalíticas, la solución está en recordar las emociones del pasado para procesarlas, entenderlas y “digerirlas” usando nuestra corteza cerebral. Por ejemplo, en el caso de la persona que sintió el abandono de su madre, a través de una serie de estrategias, en terapia revive sus miedos. La persona recuerda sus sensaciones y finalmente logra entender que la sensación de abandono que siente, no está relacionada a su esposa sino al episodio que tuvo con su madre.