A un empresario español le preguntaron si los líderes nacían o se hacían y respondió: “¡Pues, hombre! Estoy seguro que puedo enseñarle a los patos a subir a un árbol, pero prefiero contratar ardillas”. Este comentario encierra con humor un mensaje profundo.
Ciertamente el liderazgo comprende un conjunto de habilidades y actitudes que se pueden formar, pero el proceso es lento, difícil y algunas veces no tiene éxito.
Hoy las empresas están muy conscientes del tema y están afinando sus procesos de selección de personal para contratar al perfil de candidato que desean para su institución.
Las empresas ya no solo evalúan el coeficiente intelectual, sino aspectos como iniciativa, creatividad, autoestima, destrezas de inteligencia emocional y liderazgo.
Pero, ¿qué ocurre con quienes ya están en la organización? ¿Hasta cuándo debemos capacitarlos y desarrollarlos sin ver resultados? En primer lugar, cuidemos que nuestro ego no nos engañe. Al ego le encanta encontrar los errores y las fallas en las personas. Es posible que estemos exagerando los errores cometidos por el ejecutivo para obtener un alza temporal en nuestra sensación de valía personal. Tenemos que preguntarnos: ¿En qué medida le hemos dado oportunidades, capacitación y herramientas?
En mi experiencia, la característica que impide a una persona desarrollarse y mejorar, es la falta de conciencia de sí misma. Cuando el ejecutivo no reconoce que tiene un problema, por más que su jefe se lo diga sinceramente, es poco probable que pueda mejorar. Una persona vendada difícilmente podrá escalar una montaña, probablemente caerá al ascender. Similarmente, un ejecutivo que se venda a sí mismo y se aísla de su realidad probablemente terminará cayendo en el despido.
El primer paso para mejorar, es saber que tienes que mejorar.
A veces es necesario que la persona se caiga para removerse la venda. Un despido, aunque doloroso, es quizá una extraordinaria oportunidad para reflexionar y abrir los ojos a una realidad que negamos.
También hay personas que no están vendados y sí se dan cuenta de que tienen un problema, pero que no están dispuestas a poner de su parte para mejorar. Es posible que este tipo de personas tenga muy baja estima y quieran que la profecía se cumpla a sí misma, demostrándose con el despido lo incapaces que creen que son.
¿Hasta cuándo seguir intentando el cambio? ¿Hasta cuándo tratar de que el pato suba al árbol? Si ha hecho un esfuerzo prolongado y sincero de ayudar al subordinado a tomar conciencia y este no demuestra con sus actos que desea cambiar, entonces debe evaluar la posibilidad de desvincularlo. No hacerlo es perjudicar a toda la organización y, especialmente, al mismo subordinado que necesita un remezón para cambiar. Eso sí, sea empático y trátelo como a usted quisiera que lo tratasen en ese difícil momento.
Cuentan que un niño recibía golpizas frecuentes de su madre y nunca lloraba. Un día, cuando ya era joven, la madre le dio una golpiza, y se puso a llorar desconsolado. La madre le preguntó por qué ahora lloraba si nunca antes lo había hecho. El joven respondió: “Antes sentía mucho dolor por los golpes y me aguantaba el llanto, ahora que tus golpes ya no me duelen he tomado conciencia de que pronto ya no estarás conmigo y eso no lo puedo soportar.”
Esta historia demuestra el dolor de un joven al tomar conciencia de una circunstancia difícil. Cuestiónese permanentemente si está percibiendo la realidad como es, escuche el consejo de su jefe, de sus amigos y su familia. No deje que sus propias vendas trunquen su carrera profesional, aunque al afrontar la realidad lo que encuentre sea doloroso.