El momento de la crítica

Cuatro compañeros de equipo planean una conferencia a los directivos de una organización pero deciden que solo dos de ellos expondrán. Están nerviosos, su prestigio está en juego. Jaime, uno de los que no expone, es el más nervioso. Así como un pasajero en un auto tiene mucho más temor y sensación de inseguridad que el conductor que dirige el vehículo. Después de un tiempo de exposición, Jaime ve las caras de los directivos y percibe aburrimiento y cansancio. La exposición sigue y ve que no están presentando los temas como se acordó. Se siente indignado, con rabia, y piensa que el equipo está quedando mal. Jaime sufre hasta al final perdiendo la paciencia. Al terminar la presentación se dirige a sus compañeros y les dice en tono amigable pero enérgico:

–  La verdad es que la gente estaba muy aburrida, hemos quedado pésimo ¿No les parece que hemos podido hacer una mejor presentación?

–  ¿A qué te refieres con aburrida?- respondió su compañero con mucho disgusto. – Si a ti te pareció aburrida, ese es problema tuyo.

Probablemente Jaime tenía razón, había muchos aspectos que mejorar en la presentación pero cometió tres errores importantes en su comentario crítico:

1. El momento de la crítica. Es fácil agarrar una tetera y quemarse. Es casi imposible darse cuenta de que está hirviendo con tan solo mirarla. Con los seres humanos también nos es difícil darnos cuenta de cómo se sienten internamente por tan solo las apariencias. Cuando una persona hace una presentación en público importante es lógico que esté tenso, con una dosis de angustia. Está “caliente” de emociones, como la tetera. Si no tenemos cuidado, nos podemos quemar en nuestras relaciones. En general cuando una persona acaba de cometer un error, o ha realizado un acto donde pone en juego su seguridad y valía personal debemos entender que la tetera de su mente está caliente. Tiene mucho que perder con una crítica.

Es preferible ser empático, dejar enfriar las emociones y luego hacer el comentario de crítica.

2. Hacer la crítica pensando en su beneficio más que en el de sus compañeros. Quería eliminar cuanto antes esa impaciencia y desesperación que sentía; de la misma forma que un adicto busca eliminar su desesperación con droga. Para Jaime, “la droga” era buscar una sensación de seguridad, de competencia. Se sentía amenazado por su percepción de fracaso. Culpando a sus compañeros de los errores, lograba retomar su sensación de control. Era una forma sutil de evadir su responsabilidad para sentirse mejor.

Las “críticas constructivas” son necesarias para mejorar pero hay que tener cuidado de no “construir críticas” para mejorar nuestro ego. 

3. Asumir que su análisis es correcto basándolo exclusivamente en su percepción. Cuentan que un cazador en China tenía un perro que lo acompañaba en todas sus jornadas. En una oportunidad, cuando el cazador estaba debajo de un árbol, descansando, el perro vino y empezó a morder su pierna. El cazador ahuyentó al perro, pero este volvió a la pierna. Pensando que el animal había contraído una enfermedad, sacó su espada y le corto la cabeza. La cabeza se elevó con el impacto y cayó en una rama del árbol donde había una serpiente venenosa lista para picarlo. El perro solo trataba de avisarle sobre la serpiente, moviéndole la pierna a su querido amo.

De la misma forma en que la percepción le jugó una mala pasada al cazador, también nos puede sorprender a nosotros. La próxima vez que basemos nuestro análisis de un problema solo en nuestra percepción recordemos la historia del perro y no hagamos juicios rápidos que nos perjudiquen.